Tal vez porque el árbol
siempre ha querido ser como ella
es que hay árboles que llueven
después de la lluvia.
Cuando la lluvia pasa
el árbol sigue lloviendo.
Sacudiendo su animalidad
latente,
su versión de cabello
como el sauce llorón,
como el cerezo,
como ciertos y espigados
pinos.
Como el duraznero
que es un árbol tan tímido, tan cohibido, tan desárbol
que hasta la lluvia
tiene cierto cuidado
de no lastimarlo, de no herirlo, de no ser
muy sincera al lloverle a este árbol.
*
Probablemente me equivoco
y la lluvia no sea un lugar
sino un camino,
una dirección que coge el mar
buscando
otra manera de llegar hasta nosotros;
o de buscar las criaturas que el hombre
se lleva
en sus redes de pesca.
Tal vez el mar sale del mar
para buscar caracoles y traerlos a casa; y eso sea la lluvia.
Mi madre decía que el agua se cree dios
y que por eso llueve.
*
Yo desde niño amé a la lluvia.
No como se ama a un padre
ni a un amigo,
sino que estuve enamorado de ella.
Fue mi primer amor
la lluvia,
esa lluvia con la que me sentía más seguro,
como si estuviera entre puras niñas.
Así oía yo a la lluvia por entonces
como muchas niñas hablando al mismo tiempo.
Una lluvia
con la que platicaba de todo,
con la que no necesitaba ser fuerte,
con la que nunca necesité justificarme.
Aunque yo fui para ella
sólo un niño más en la ventana.
*
El viaje
que piensa el mar
se llama lluvia.
El regreso que sueña el río
se llama lluvia.
El sueño que sueña el agua
se llama lluvia.
Y lluvia se le dice
al agua
cuando se levanta y camina.
A.E. Quintero, El pequeño libro de la lluvia, 2017
No es soledad de ti
ni de tus brazos.
No es soledad de amor
o de lo que el mundo muere.
Es sólo este silencio que se agarra de mi pierna
como un niño en su primer día de colegio.
Este silencio
que es como quien se pone en disposición de viajar,
de mudarse, de irse hacia la arena movediza
con la resignación de un ciervo, que cae y se hunde,
que cae
y sus ojos permanecen abiertos
mientras la arena le cubre los párpados. Soledad de cierva
que piensa en el cachorro que deja solo
mientras una bala apaga su frente.
No es soledad de ti,
ni de tus muchos abrazos en mis noches de mucha luna.
Es soledad antigua,
soledad de mí, de la mitad que soy siempre.
Pasando sin quedarme.
Soledad de niño que crece.
Soledad de adulto.
Una furiosa soledad de vino tinto
que se hace viejo, diariamente.
A.E. Quintero, Cuenta regresiva, 2011.
Cómo me gustabas vestido de ti,
con ese tu olor a sol mediano, a limón triste,
a cáscara de lluvia quitada de la tarde.
Cómo me gustabas
caminando como tú bajo la ensalivada noche,
entre calles golpeadas por la oscuridad y el sudor de la hora última,
y voces que parecían venir
de mariguanos árboles.
Cómo me gustaba, a partir de ti,
de conocerte,
cómo me gustaba tu nombre,
cómo me gustaba que te llamaras así,
que yo te llamara así.
Me gustaba tanto oírme decir tu nombre.
Y las madrugadas en las que aparecías
como de la nada,
como traído por la aterradora silueta de un inmortal.
Cómo me gustabas mirándome, entonces yo
era del mismo color de tus ojos.
Me gustaba que fueras peligroso,
que te temieran tanto las mañanas y las noches.
Que me abrazaras como se abraza un árbol
cuando la sangre lleva horas caminadas por el alcohol.
Y tu masculinidad
que siempre estaba a punto de atropellar a alguien,
y de perderlo, de perderla.
Cómo me gustabas cuando estabas en tu cuerpo,
cuando salías de bañarte
y te quedabas sin mirarme por horas.
Cuando se te despertaba la vida
y parecías un demonio de buena sangre,
un asesino de sueños, un vagabundo de alcurnia.
Cuando me besabas porque sí,
porque te dio la gana besarme
y despertar mis labios de su malvada realidad sin hojas.
Todo lo dejé por ti, y lo dejaría nuevamente.
Todo lo dejaría.
Porque más que amarte
yo me amaba tanto cuando estabas conmigo.
A.E. Quintero, Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía reunida 1996-2019, México, 2019
No sé cómo salir de ti,
de la interminable oración oscura que eres,
de la noche que eres para el cuerpo,
de las ganas y el atragantamiento de llorar
que eres.
No sé cómo salir.
Hasta caminar el mundo
me encierra.
hasta tomar un café o sentarme
me encierra,
me atrapa contigo en esa jaula para animales solos
y maltratados.
Porque estoy separado de mi cuerpo
desde aquel día.
Porque estoy solo de semanas rodeándome,
de futuro enorme,
de presente y cosas mudas.
Y no sé salir de ti. Y no sé querer olvidarte.
No sé convencer a mis manos
de tu partida, del pequeño abandono en el que mis días
van descubriendo nuevos recuerdos,
nuevas trampas para descubrirme pensándote.
De la noche a la mañana
cambió tu manera de mirarme.
De la noche a la mañana
este sol nuestro
se quedó niño solo en mis manos solas.
El riesgo de amar
es perderse por mucho tiempo.
Quedarse sin nuestra forma de ser preferida.
Sin lo mejorado que somos.
El riesgo de amar
siempre le traerá al alma años de mala suerte:
un cuerpo sin alma
caminando entre un tumulto de parejas de la mano.
El riesgo
es quedarse atorado,
porque del amor
uno nunca regresa a tiempo ni regresa limpio.
A.E. Quintero, Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía reunida 1996-2019.