No hay nada como las cartas de amor. Ese código secreto entre amantes, hermanos y en ocasiones hasta extraños. Esta vez te comparto una de las cartas del escritor Albert Camus a su adorada Maria Casarès. Se conocieron en Normandía en 1944. Ella de apenas 21 años y él en sus treintas.
La correspondencia entre ambos no se interrumpió ni con el matrimonio de Camus. En sus cartas llenas de ternura y añoranza también observamos el contexto mundial y los fantasmas de la guerra que seguían acechando.
Catherine Camus hija del autor conservó sus cartas y decidió compartirlas y prologarlas en Correspondence 1944-1959.
Aquí te comparto algunos fragmentos de sus hermosas cartas de amor.
“Dos seres que se aman tienen que conquistar su amor, construir su vida y su sentimiento, no solo contra las circunstancias sino también contra todas esas cosas en ellos que limitan, mutilan, molestan o les pesan. María, un amor no se conquista contra el mundo, sino contra uno mismo. Y sabes bien, pues tu corazón es tan maravilloso, que somos nosotros nuestros peores enemigos”. La felicidad aparece a lo largo de esta correspondencia como un deber que ha de asumirse: “Prepárate para la felicidad, que es el único deber que tenemos. Y nunca más me rechaces. Acéptame, pero no como se hace con un destino sobrehumano, sino como se acepta a un hombre, con sus grandezas y debilidades. Espérame, durante esta ausencia, deposito todo entre tus manos, mi persona, nuestro amor, con la más ciega de las confianzas”.
“No, la muerte no separa, mezcla con la tierra misma un poco más los cuerpos que ya se habían unido hasta el alma. Lo que eran la mujer y el hombre volcándose uno en otro se vuelve el día y la noche, la tierra y el cielo, la sustancia misma del mundo —uno puede olvidarse en la vida, alejarse, separarse, la vida es así de olvidadiza—, pero la muerte es esa memoria ciega que no termina nunca —para aquellos que se quieren, que consienten morir juntos”.