Reto de Escritura #22

por | Ago 15, 2024

Es tiempo de escribir.   Esta semana te traigo un reto diferente, se trata de escribir un cuento con características de lo que se conoce como ominoso. Ominoso es aquello que es raro, o inquietante. Lo ominoso en literatura son aquellas historias o relatos donde objetos o situaciones cotidianas se vuelven insoportables y sobrenaturales. En este tipo de relatos el motivo se repite constantemente y con mayor intensidad. Pero, importante, ese motivo es algo de todos los días pero que se vuelca en algo fantástico o imposible.

¿Quieres ver un ejemplo?

Aquí te dejo mi ejercicio

Dolor de muelas

Todo comenzó con una lágrima.   Era viernes y me tocaba la guardia del recreo en el patio escolar. Nadie dijo que ser maestra es peligroso, pero lo es. Especialmente cuando casi hay que dar la vida, y créeme no exagero. Mateo, uno de mis niños de primero de primaria estaba tranquilo comiendo galletas cuando una ráfaga furiosa se dirigía a él, corrí y el pelotazo me dio directo en la mandíbula. Caí al suelo. Escupí un diente, sangre y el aliento. El golpe me dejó aturdida. Uno de los niños recogió la muela en señal de triunfo. La enfermera escolar la colocó en un frasco con agua para que pudieran reimplantarme el diente. La acción me convirtió en heroína, el balonazo me hizo popular e invencible. Les creí.

En casa repetí la rutina del lavado de dientes y la aplicación de compresas de menta que según mi madre curarían la molestia.  El seguro de maestros no incluía seguro dental y las citas eran carísimas, además parecía que en mi ojo izquierdo brotaría una vulgar perrilla. Mi cara se transformó. La inflamación bucal no cedía ni con los fomentos de hielo, los desinflamatorios ni los remedios caseros. La muela, en realidad su ausencia dolía mucho.

Me sentí observada, recorrí el cuarto de baño y ahí estaba, un silencioso vaso de agua con la muela al fondo mientras restos de carne y encía flotaban divertidos. Aguanté la arcada y salí huyendo de ahí.

La hinchazón me impedía hablar con claridad. Dormida apretaba los dientes y despertaba con dolor en la quijada. El hueco en mi boca era un pozo que escondía un molusco rosado y asqueroso que acumulaba comida y bacterias, que se compensaba con la bola de tenis que crecía en la mejilla. Tenía siempre sabor a mierda. Cambié la pasta de dientes y usé el enjuague bucal más fuerte que encontré en la farmacia.

La muela era testigo de mis esfuerzos, el agua donde vivía se llenó de hebras blancuzcas.  ¿En qué momento comenzó a echar raíces? Me pregunté demasiadas veces.  La muela me maldecía y yo no hacía nada para evitarlo. Así pasé el fin de semana.

El lunes Matilde llegó a clases chimuela  presumiendo el regalo que dejó el Ratón Pérez. Yo también estaba chimuela pero en lugar de regalos, tenía pus.  La sonrisa torcida y la encía sangrante de la niña me causaban náuseas. Pensé en correr al baño cuando un niño comenzó a sangrar. Me acerqué a limpiar el hilito de sangre y babas que brotaban de su boca. Abrió el puño y vi su diente, una joya de marfil con raíces carnosas y rojizas Di un manotazo y el diente cayó al suelo y lo pisé. Martín comenzó a llorar y el resto de los niños me acusaban mientras los dientes les bailaban en la boca.  Sus quejas ridículas y su llanto infantil me abrumaban, la muela añoraba ese diente que quise triturar de un pisotón.  Hice mi mejor esfuerzo por disculparme e inventé un juego bobo para volver a la alegría previa al recreo, pero los dientes de leche de los niños me acusaban y reían mostrando sus caries incipientes.

En la escuela se celebraba la feria de la salud y nos visitarían enfermeras y médicos para medir y pesar a los alumnos. También llegó un dentista, una oportunidad perfecta para una revisión gratuita. Era un hombre viejo con aliento de muerte, todo él era putrefacto, con su sonrisa maligna y verdosa como agua estancada. Los niños asustados querían que les tomara la mano durante la revisión. Cada boca era una medusa blanquecina y serpenteante, los dientes infantiles eran gusanos que vivían dentro de ellos y me exigían en su lenguaje de leche que colocara de nuevo la muela. El hueco de mi boca necesitaba cerrarse.   Abandoné el salón y a mis alumnos con el pretexto de una infección en el ojo.

En casa entré al cuarto de baño y saqué con cuidado la muela podrida y esta comenzó a hablar, me ordenó tomar el agua asquerosa donde vivía. Si yo le di ese hogar lo justo era que también fuera parte de mí.   Bebí y el asco fue más fuerte.

—Cobarde, dijo la muela

El ojo estaba casi cerrado y la perrilla iba ganando volumen y color, no podía reconocer mi cara, pero la muela dolía más. Empeñé el reloj para ir a la cita con el dentista por ser una urgencia cobraría más. Me revisó y dijo que la muela estaba muerta, pasó demasiado tiempo y era imposible volver a colocarla. Me dio antibióticos y me mando a casa. Me incapacitaron temiendo que la reacción del ojo fuera contagiosa. Lejos de los niños creí que la muela me dejaría en paz. Mis alumnos me enviaron dibujos de dientes con alas de ángeles y cola de diablo, ellos sabían mi secreto, la muela quería regresar a su cueva. Pensé en enterrarla y así olvidarme del asunto para siempre, pero no.

El ojo no olvidó, la ampolla supuraba un líquido transparente y salado, si la muela no ganó no dejaría perder al ojo, y apreté y apreté la ampolla y ese día lloré mi muela.

 

 

TIP: Observa como el motivo recurrente son los dientes. Nuestro protagonista ve dientes por todos lados, los escucha, le hablan y empiezan a tornar el cuento en algo más oscuro y raro.

 

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GRISELDA
GRISELDA
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5 meses antes

muy interesante esto de «ominoso», lo desconocía. Buenísimo el cuento de ejemplo. Soy maestra y es verdad que corremos muchos riesgos.
Gracias por compartir. Saludos

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