¡Feliz jueves! ¡Vamos por nuestro reto #26!
Esta semana te propongo escribir un texto de ficción utilizando elementos verídicos, es decir, hechos que pueden ser comprobables que le den verosimilitud al relato. En mi ejercicio utilicé datos científicos sobre los ajolotes mexicanos, una especie endémica y en peligro de extinción. Combine sus características con especulaciones e ideas sobre lo que podría pasar con ellos y los seres humanos.
Aquí te lo dejo.
El sueño del ajolote
El ajolote (Ambystoma mexicanu) era un anfibio mexicano perteneciente a la especie de las salamandras. Endémico del Valle de México hasta la era de los terremotos. El ajolote regenera cualquiera de sus miebros y órganos internos, además recibe donaciones sin rechazo. Su biología única involucró numerosas investigaciones entre ellas la de mi padre, el herpétologo especialista en ajolotes, Julián Aristeo Mondragón. Escribo con la única esperanza de encontrarlo vivo y antes de que yo misma me transforme en uno de ellos.
Los terremotos lo cambiaron todo. El 7 de septiembre del 2017, a las 23:49:17 hrs se registró un sismo de magnitud 8.2, en la escala de Ritchter localizado en el golfo de Tehuantepec, hubo más de 4,326 réplicas. El 19 de septiembre ocurrió un nuevo terremoto por debajo del continente a una profundidad de 57 km. Las réplicas y temblores menores se extendieron por México, Colombia, Chile y hasta la Patagonia. Los ajolotes pasaron de vivir únicamente en Xochimilco a recorrer Centro y Sur América. El movimiento de las placas de la tierra deslizó los mantos de agua y emergieron nuevos ríos subterráneos que transportaron millones de huevecillos escondidos entre las capas más profundas de la tierra. Las nuevas condiciones del ambiente los despertaron. En cuestión de meses su población igualaba la cantidad de animales domésticos de América.
Los primeros registros sobre los ajolotes están documentados en códices prehispánicos. Después de la conquista, entre 1547 a 1577, Fray Bernardino de Sahagún escribió en su Historia general de las cosas de la Nueva España, sobre el origen mitológico del ajolote: “En la mitología náhuatl, Xolotl era una deidad, hermano mellizo de Quetzlcóalt, que rehusaba la muerte y que para escapar del verdugo se transformó en una planta de maíz de dos cañas (Xolotl), en una penca doble de maguey (metlmaguey)…y por último en un pez llamado axolotl”
En el 2018 se decodificó el genoma del ajolote y se descubrió que tiene más de 32 mil millones de pares de bases de ADN, diez veces más que el genoma humano. Es el genoma más grande descubierto hasta hoy. Los científicos vieron en su capacidad autocurativa una posible alternativa a los transplantes humanos, o al menos eso creían al principio.
Papá trabajaba para el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México. En un experimento sobre la regeneración de la cola del ajolote perdió el meñique de su mano izquierda. Fue imposible reimplantarle el dedo. Burlando los protocolos médicos decidió colocar una laminilla de su propia piel en el corte del ajolote y en su herida colocó células del anfibio. El ajolote mutó y papá también. Los códices parecían ciertos, había algo sobrenatural en ellos.
En el muñon de papá comenzó a crecer una especie de tentáculo, una extremidad minúscula que semejaba a la del anfibio. El ajolote sufrió cambios. El ADN humano lo hizo crecer en tamaño, lo mantenía más despierto y su capacidad reproductora se aceleró. Las nuevas crías tenían una cola pero les crecía una especie de espolón que afilaban y los volvía predadores.
La idea de un anfibio que sonríe y se regenera causó ternura al principio, después ambición y finalmente miedo. Se rumoraba que quien poseía un ajolote no enfermaba y su cuerpo comenzaba a sanar, remisiones instantáneas, recuperación de la movilidad, reversía la ceguera, etc. Todos querían un ajolote. Dejaron de estar en peligro de extinción y se convirtieron en las mascotas de moda. Cada ajolote tenía características que lo diferenciaban del resto y eso era ideal para el comercio. Surgió una fascinación ante las criaturas que eran tan extrañas como inocentes, o al menos eso quisimos creer. Los científicos no alcanzaban a registrar los cambios tan rápidos de la especie. Evolucionaron, de ser anfibios ahora podían respirar fuera del agua, empezaron a crecer y utilizaron sus patas para ergirse, actuaban en manada y desarrollaron entre ellos un lenguaje sofisticado, mimetizaron cualidades humanas en su rostro y se tornaron violentos. El mundo comenzó a preocuparse. Los ajolotes estaban mutando para parecer humanos. Los humanos nacían con membranas entre los dedos y con la piel húmeda, sin vello. Los ADN estaban mezclados. La gente veía las mutaciones como el surgimiento de una nueva raza, más fuerte, inteligente y especialmente inmortal.
Papá sabía que tenía que intentarlo. Nací con un defecto en uno de mis ojos, un lunar blanco que me dejaría ciega en cuestión de años. Mi visión dependía de eso. Preparó en el laboratorio un compuesto a partir de células de ajolote que aplicó en mi ojo. Días después desperté con una costra pegajosa. La costra empezó a endurecerse para luego quebrarse. Mi ojo sanó pero ya no era un ojo humano, era un ojo de ajolote.
Papá desapareció. Solo encontré su dedo amputado y un rastro de agua. Los ajolotes están afuera. Tengo miedo, especialmente porque me estoy convirtiendo en uno.