Mayo se despide y qué mejor manera que hacerlo con letras.
Para esta semana te propongo escribir sobre uno de los temas inspiradores de poesías, canciones, cartas, películas y más, se trata del olvido. Puedes escribir una reflexión, quizás un verso, una anécdota divertida sobre algo que olvidaste o algo que quizás no quieres olvidar.
Te dejo mi ejercicio. En esta ocasión preparé una breve reflexión sobre el tema.
El olvido es un agujero negro, un pozo al que se echa algo para nunca más rescatarlo. ¿Realmente funciona el olvido? Tengo días con el escritorio revuelto, la cabeza en espiral y el alma agitada. El olvido es un cadillo. Es una semilla seca adornada con aristas que se clavan al presente. Recordar y olvidar no siempre son opuestos.
El olvido se define como una cesación de la memoria. Un desprendimiento, algo perdido. ¿Cómo olvida el corazón? ¿Qué desata tu memoria, un aroma, una palabra, un rostro, una sensación? Olvidar es no tener algo presente pero no significa perdida, significa que cambió de intención o de prioridad. La Real Academia Española afirma que olvido es: “una cesación del afecto que se tenía”. Las definiciones técnicas de memoria afirman que el olvido es una terminación de algo, siento que el olvido es una resignificación de algo que permanece latente hasta que un instante, quizás mágico, quizás espontáneo, lo activa y simplemente despierta las memorias del corazón. Esa cajita de recuerdos de infancia, ese sobre de fotos y cartas viejas, ese suéter en el fondo del closet, ese juguete que de pronto vuelve a tu memoria y activa las conexiones sensoriales y te transporta a esa parte de ti, a ese otro tú atemporal que existe dentro. ¡Ah, la cursilería! Pero es tan real.
Tantos versos sobre el olvido, tantas canciones sobre la memoria y el anhelo. Necesitamos olvidar para no volvernos locos dice la ciencia, necesitamos recordar para sentirnos vivos. Lo cierto o aquello que decido como tal es, que si olvidar es dejar atrás el afecto, entonces no olvido, solo amo.