Texto y Foto: Maggie Parada
Haruki Murakami logró convertirse en un fenómeno literario a nivel internacional, después de la publicación de su novela Tokio Blues, traducida al inglés en 1987. La alquimia que utiliza Murakami es el entretejer la constante presencia del mundo nipón con algunos hilos de la cultura occidental.
En la Muerte del Comendador (libro 1 y libro 2), el autor fiel a su estilo, nos otorga un fascinante relato, un boleto para emprender un profundo viaje, apartándonos de los mecanismos de la rutina del día a día, a la cual llamamos vida; y guiarnos hacia una exploración a lo que dentro de nosotros vamos hacinando, todo esto permitiéndonos de vez en cuando detenernos entre la bruma y el bosque a escuchar ópera, observar paisajes nipones, adentrarnos en un silencio tan denso haciéndonos capaces de escuchar todo. Nos sumerge en el valor de la amistad, el secreto de aquellas personalidades misteriosas, la ternura de la adolescencia cuando recién asoma, la desolación y la penumbra del amor.
Un pintor retratista de gran talento se ve forzado por tropiezos de la vida, a retirarse, alejarse, a reencontrarse con él y encontrarse con ciertos personajes que se transformarán en su propio espejo: los miedos acumulados.
La reflexión y la introspección es el constante recurso del autor, quien en esta ocasión le da una oportunidad a la metáfora, siendo ella uno sus escenarios, paisaje activo en todo momento del relato.
Hoy en día se ve la soledad como una enfermedad frecuente, Murakami le da otra perspectiva, la oportunidad perfecta para reconocernos, para definir mejor nuestras aristas y tonalidades, lejos de desvelarnos una fase triste, nos describe la sensación ideal para poder reconocer nuestros miedos, enfrentarlos, provocarlos, batirnos en duelo, y de esa forma salir avante. La intriga y el misterio nuestros acompañantes durante el viaje.
Una vez más fascinante y magnético, Murakami nunca decepcionante.