A. E. Quintero

por | Ago 19, 2024

Tal vez porque el árbol

siempre ha querido ser como ella

es que hay árboles que llueven

después de la lluvia.

Cuando la lluvia pasa

el árbol sigue lloviendo.

Sacudiendo su animalidad

latente,

su versión de cabello

como el sauce llorón,

como el cerezo,

como ciertos y espigados

pinos.

Como el duraznero

que es un árbol tan tímido, tan cohibido, tan desárbol

que hasta la lluvia

tiene cierto cuidado

de no lastimarlo, de no herirlo, de no ser

muy sincera al lloverle a este árbol.

*

Probablemente me equivoco

y la lluvia no sea un lugar

sino un camino,

una dirección que coge el mar

buscando

otra manera de llegar hasta nosotros;

o de buscar las criaturas que el hombre

se lleva

en sus redes de pesca.

Tal vez el mar sale del mar

para buscar caracoles y traerlos a casa; y eso sea la lluvia.

Mi madre decía que el agua se cree dios

y que por eso llueve.

*

Yo desde niño amé a la lluvia.

No como se ama a un padre

ni a un amigo,

sino que estuve enamorado de ella.

Fue mi primer amor

la lluvia,

esa lluvia con la que me sentía más seguro,

como si estuviera entre puras niñas.

Así oía yo a la lluvia por entonces

como muchas niñas hablando al mismo tiempo.

Una lluvia

con la que platicaba de todo,

con la que no necesitaba ser fuerte,

con la que nunca necesité justificarme.

Aunque yo fui para ella

sólo un niño más en la ventana.

*

El viaje

que piensa el mar

se llama lluvia.

El regreso que sueña el río

se llama lluvia.

El sueño que sueña el agua

se llama lluvia.

Y lluvia se le dice

al agua

cuando se levanta y camina.

A.E. Quintero, El pequeño libro de la lluvia, 2017


No es soledad de ti

ni de tus brazos.

No es soledad de amor

o de lo que el mundo muere.

Es sólo este silencio que se agarra de mi pierna

como un niño en su primer día de colegio.

Este silencio

que es como quien se pone en disposición de viajar,

de mudarse, de irse hacia la arena movediza

con la resignación de un ciervo, que cae y se hunde,

que cae

y sus ojos permanecen abiertos

mientras la arena le cubre los párpados. Soledad de cierva

que piensa en el cachorro que deja solo

mientras una bala apaga su frente.

No es soledad de ti,

ni de tus muchos abrazos en mis noches de mucha luna.

Es soledad antigua,

soledad de mí, de la mitad que soy siempre.

Pasando sin quedarme.

Soledad de niño que crece.

Soledad de adulto.

Una furiosa soledad de vino tinto

que se hace viejo, diariamente.

A.E. Quintero, Cuenta regresiva, 2011.


 

Cómo me gustabas vestido de ti,

con ese tu olor a sol mediano, a limón triste,

a cáscara de lluvia quitada de la tarde.

Cómo me gustabas

caminando como tú bajo la ensalivada noche,

entre calles golpeadas por la oscuridad y el sudor de la hora última,

y voces que parecían venir

    de mariguanos árboles.

Cómo me gustaba, a partir de ti,

de conocerte,

cómo me gustaba tu nombre,

cómo me gustaba que te llamaras así,

que yo te llamara así.

Me gustaba tanto oírme decir tu nombre.

Y las madrugadas en las que aparecías

como de la nada,

como traído por la aterradora silueta de un inmortal.

Cómo me gustabas mirándome, entonces yo

era del mismo color de tus ojos.

Me gustaba que fueras peligroso,

que te temieran tanto las mañanas y las noches.

Que me abrazaras como se abraza un árbol

cuando la sangre lleva horas caminadas por el alcohol.

Y tu masculinidad

que siempre estaba a punto de atropellar a alguien,

y de perderlo, de perderla.

Cómo me gustabas cuando estabas en tu cuerpo,

cuando salías de bañarte

y te quedabas sin mirarme por horas.

Cuando se te despertaba la vida

y parecías un demonio de buena sangre,

un asesino de sueños, un vagabundo de alcurnia.

Cuando me besabas porque sí,

porque te dio la gana besarme

y despertar mis labios de su malvada realidad sin hojas.

Todo lo dejé por ti, y lo dejaría nuevamente.

Todo lo dejaría.

Porque más que amarte

yo me amaba tanto cuando estabas conmigo.

A.E. Quintero, Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía reunida 1996-2019, México, 2019


No sé cómo salir de ti,

de la interminable oración oscura que eres,

de la noche que eres para el cuerpo,

de las ganas y el atragantamiento de llorar

que eres.

No sé cómo salir.

Hasta caminar el mundo

me encierra.

hasta tomar un café o sentarme

me encierra,

me atrapa contigo en esa jaula para animales solos

y maltratados.

Porque estoy separado de mi cuerpo

desde aquel día.

Porque estoy solo de semanas rodeándome,

de futuro enorme,

de presente y cosas mudas.

Y no sé salir de ti. Y no sé querer olvidarte.

No sé convencer a mis manos

de tu partida, del pequeño abandono en el que mis días

van descubriendo nuevos recuerdos,

nuevas trampas para descubrirme pensándote.

De la noche a la mañana

cambió tu manera de mirarme.

De la noche a la mañana

este sol nuestro

se quedó niño solo en mis manos solas.

El riesgo de amar

es perderse por mucho tiempo.

Quedarse sin nuestra forma de ser preferida.

Sin lo mejorado que somos.

El riesgo de amar

siempre le traerá al alma años de mala suerte:

un cuerpo sin alma

caminando entre un tumulto de parejas de la mano.

El riesgo

es quedarse atorado,

porque del amor

uno nunca regresa a tiempo ni regresa limpio.

A.E. Quintero, Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía reunida 1996-2019.

Comparte el amor por las letras
Suscribir
Notificar de
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios