Entrecruzados
Cae la sombra, leo, entre la palabra y el acto,
la fe se mete en un laberinto, la piedad
se entrecruza con la ira. Un hombre atraviesa la calle
y su destino se decide en un parpadeo del semáforo,
causalidades remolinean, la inmanencia chisporrotea,
las aritméticas del instante chocan con el clima cambiante.
¿Con qué pie nos hemos levantado de la cama?
Entrecruzados momentos, caedizos minutos
para cada proferimiento, cada conducta.
El tiempo se desdobla y se enreda.
Boquiabiertos, ojiabiertos, avanzamos
y retrocedemos a la vez. El Hic et Nunc es pura electricidad.
Duramos en la punta de un cortocircuito.
Declaración de antipoesía
Ya no quiero escribir acerca de la ciudad-tendida-a-mis-pies
ni de una clase de luz que nada más yo puedo percibir y entender.
Preferiría hacer versos donde los rechinidos y las crepitaciones
que me circundan algunas noches, no demasiadas
–ruidos y sombras cuyo significado ignoro–,
tengan un lugar y les den a los lectores
esa sensación de inquietud semejante
a la de sueños inolvidables por razones ignotas. Quisiera
un poco de claridad en el misterio y un poco de misterio
en el paso de una palabra a otra. Estoy cansado de la vanilocuencia
y de la trascendencia de tantos poemas que no me convencen,
me irritan, me dejan exhausto de pompa y de mensajes
–como D. H. Lawrence estaba cansado
de las mujeres que fingen un amor que no sienten y exigen,
con estridencia, una reciprocidad, acaso igualmente fingida.
Sin embargo, ¿qué haré cuando la ciudad se tienda a mis pies
y la inunde una luz de ultramundo? Haré a un lado esa imagen
y me concentraré en otras cosas: ese gesto perdido que tenía
un aroma de salvación, la giración de ciertas moscas, el silbido
de los comerciantes callejeros. No sé si podré. Pero no saberlo
me da un gran sentimiento de alivio lleno de contradicciones.