¡Mamá! ¡Papá! ¡Yo no sé qué me pasa! ¡No soy yo, se los juro!
Es el grito ahogado de todo aquel que decide crecer. El primer paso es el reto de sobrevivir a la adolescencia; esa espiral oscura, hambrienta e inestable que arrasa con el niño y la niña de mamá y papá; y nos deja arrojados al foso de la juventud con más herramientas que los raspones y heridas de intentar encontrarnos, en esa falsa y comercial idea de que estamos perdidos, cuando lo que nos pasa es que, descubrimos que significa estar solos ante el fantasma del espejo.
“La Edad de la Punzada” se publicó originalmente en el 2012, y continua la historia de Xavier, entrañable protagonista de “Éste que ves”; ahora tiene 14 años, es el peor estudiante en la historia del todo el colegio y sueña con una chamarra negra y una moto.
Narrada en primera persona, la novela es un viaje entre las aventuras y problemas de la adolescencia.
Nadie nos prepara para ser aspirados por una coladera de emociones, situaciones nuevas que se viven con una lógica que ya no es la misma de la infancia, además de gestionar los pensamientos, el despertar sexual, las relaciones con los pares y descubrir que tus padres nunca han sido lo que tú creías, y para colmo ¡tú tampoco!.
Descubrimos la adolescencia y sus dolores a través de los diálogos imaginarios de Xavier, la exploración de los límites, el constante cuestionamiento a la autoridad, el papel de los amigos que de pronto se tornan enemigos, vecinos metiches y de amores en el pupitre de junto.
La Edad de la punzada, nos permite leernos en esos pensamientos entre absurdos y ensoñadores del protagonista. Es volver a vernos a los 14 años, pero ahora, quizás con un poco de suerte, menos bobos y más experimentados. Hay algo muy nostálgico en la novela, esa despedida de la infancia, del mundo de cristal que ya no existe, de la fragilidad de la vida, de los problemas económicos, descubrir las decepciones a la mala y por los malos, y también que el amor es una carrera de obstáculos y la familia, el único equipo al que verdaderamente pertenecemos.
Xavier y Alicia, los padres de nuestro atolondrado y rebelde protagonista, no son la típica representación de la familia mexicana y eso me emociona. Si Xavier no los juzga, quién soy yo para hacerlo. Una parte de mí cree, que nuestros padres y algunos de sus múltiples reflejos no son más que invenciones propias, en ese proceso que la ciencia se empeña en llamar maduración y que está llena de días raros.
“No sé que hacer con estos días raros. Tantas cosas nos han salido mal que tendría que ser un poquito optimista y pensar como los apostadores que ya viene la mía, ya me toca, pero desde que vi a Xavier en el patio entendí que lo peor de la desgracia no tiene fondo. Te puede ir peor y peor y peor y peor. Te puede ir mal por años, o por décadas. Solamente los muertos tocan fondo, escribo en mi cuaderno”.
La familia perfecta no existe y Xavier lo sabe, lo vive y padece. El colegio, la moto y la seguridad son tan frágiles como las palomitas de maíz del cine; te dejan con las manos pegajosas, sediento y con ganas de volver a casa.
Tanto en “Éste que ves” como en “La Edad de la punzada”, la mirada de incondicional apoyo de los papás lejos de parecerme cursi o romántica, se siente más como un agradecimiento de parte del autor a sus padres. Pese a todos los errores, travesuras, ocurrencias y un par de grandes tonterías, los padres demostraron “estar ahí” y aunque no son perfectos, fueron perfectos para el desarrollo de ese chico que al que le gusta David Bowie.
Una novela divertida y melancólica que explora con dulzura y acidez los días en los cambiar era tan fácil como cambiar la canción del radio.
—Fin de la reseña y ahora nota para Xavier—
Querido Xavier.
Tengo que contarte que yo fui completamente tu polo opuesto, el ying de tu yang. También sobreviví a un colegio de monjas, obvio sin niños; eso sí, yo fui una alumna ejemplar, primeros lugares, medallas, becas, etc. Pero debo confesar que me hubiera encantado tener un amigo como tú, que me enseñará a hacer travesuras, que me dijera que salirte de lo esperado también está bien y que romper las reglas no es tan malo como parece.
En honor a nuestros “yos adolescentes” pongo a todo volumen, “Heroes” de Bowie, pensando que We can beat them, just for one day.
Abrazo,
C.