Reto de escritura #28

por | Ago 10, 2023

Este jueves es para escribir sobre algo que te sorprende o te maraville. Puedes abordarlo desde la fantasía, lo sobrenatural o sobre lo cotidiano como en mi propuesta.

Aquí mi ejercicio

Pequeños Actos de amor

Me gusta dejarme sorprender. La vida diaria está llena de pequeñas burbujas de sorpresas que nos roban el aliento o nos sacan una carcajada que nos revitaliza. Lo inesperado o sorprendente también puede astillar el corazón o darnos una cucharada amarga.

Tengo días con el cabello despeinado y el alma revuelta. Con la cabeza llena de mariposas al vuelo. Observando. Hay días que siento que es lo único que hago observar.  Cuando observo mis sentidos se focalizan, todo ocurre despacio, un ligero desdoblamiento que me permiten curiosear. Observar es una forma de aprender, una de las formas más primarias.

Eduardo Galeano afirma que estamos hechos de historias, me atrevería a agregar que también estamos hechos de pequeños actos de amor, o quizás debería decir de valentía.

Hace unos días acompañé a mi papá a realizar un trámite bancario. Era un día en que se pagaban pensiones y había muchísimos abuelitos.   Algunos se encontraban en buena forma física, se veían lúcidos y tranquilos; otros en cambio caminaban con dificultad, tenían la mirada perdida, necesitaban apoyo para usar el cajero, para pedir informes, para sentarse mientras esperaban ser atendidos.  Sentí tus miedos, su incomodidad, el rechazo de los otros que debían ceder sus asientos y sus turnos para dar prioridad a los abuelos.  Papá se mantenía ecuánime no decía nada, pero también lo pensaba, envejecer es duro y pedir ayuda también. Me sentí tan vulnerable como ellos.

Y ahí entre el sonido de la máquina de turnos y la repetición sin fin de los anuncios del banco me deje sorprender por la compasión y el coraje de otra mujer.  

El guardia del banco era una mujer, una chica de unos treinta años. De sonrisa fácil y grandes ojos color caramelo.  La chica dio la bienvenida a cada uno de los abuelos, preguntó el trámite que iba a realizar y organizaba de esa forma el flujo de las filas, a algunos los enviaba al cajero automático donde había personal para apoyarlos, a otros los mandaba directo a ventanilla. Los trató con enorme cariño, los tomó del brazo y los dejó sentaditos para que no se cansaran. Les hablaba con palabras sencillas y con un volumen de voz ligeramente alto para que escucharan bien. Les repitió las instrucciones cuántas veces necesitaron, siempre lo hizo con una actitud de servicio y amor que me gustaría cultivar en mí. 

¡Qué importante es la compasión por el otro!  Compasión es sentir el dolor, miedo, inseguridad de otro y buscar aliviarlo de alguna forma.  Ahí sentada al lado de papá, rodeada de abuelitos entendí que estamos formados de pequeños actos de amor.  Ese amor no eran acciones complicadas ni actos heroicos, eran acciones tan humildes como devolver la sonrisa, mirarlos a los ojos, darles los buenos días, escucharlos con atención y responder varias veces la misma pregunta.  Descubrí que son esos pequeños actos los que realmente componen la esencia humana. La interacción con otros es un milagro ignorado, pero realmente tiene un impacto en ese banco del alma al que pocas veces le incrementamos el saldo. 

Los abues pueden ser serios y parcos, gruñones o divertidos, platicadores o inexpresivos incluso hasta coquetos. Un abuelito de unos sesenta y todos le pregunta a la policía si está soltera. La guardia le pregunta qué si anda buscando novia. El abuelo asiente. La policía responde: Deje le presento a mi abuelita.     Los tres soltamos la carcajada.   

Hasta en la fila del banco el amor nos hace cómplices de grandes momentos. Somos testigos de unos segunditos de felicidad y buen ánimo que nos revienta el corazón con eso que llamamos buena vibra y nos hace decir: ¡gracias, acabas de hacer mi día!

Los abuelitos al terminar su trámite se volvían y uno a uno se despedían de la policía. Le agradecían con enorme gusto su tiempo. Los escuché bendecirla, llamarla hija incluso observé quien regresó y le trajo un obsequio tan simple como lo es una botella de agua y miren que cerca del banco no había tiendas de conveniencia; los abues apenas podían caminar y aun así correspondían el amor con generosidad.   

¡Dios, ayúdame a ser generosa! Imploro en mi interior.

El coraje es una cualidad humana que nos permite superar obstáculos, dejar atrás el miedo al fracaso o la crítica, es crecer a través del amor. La mujer policía tenía coraje y generosidad para llenar el banco.

Papá también notó el trabajo de la chica y la llamó y le preguntó su nombre. Empezamos a conversar y la chica nos dijo que acaba de terminar su carrera universitaria, ella buscaba superarse más allá de la carrera policial. Nos confesó que también enfrenta la discriminación de elegir una profesión que es considerada para hombres.   Sus comentarios no eran quejas, eran obstáculos que ella decidía enfrentar con una fuerza de voluntad que me inspiró y me regaló tanto. Papá y yo pasamos literalmente horas en el banco entre lo tardado del trámite, pocos ejecutivos disponibles, el cambio de turno, la hora de comer y obviamente las fallas del sistema, sin embargo, no nos desesperamos, aprendimos, observamos, nos reímos juntos de las ocurrencias de otros y hasta encontramos amigos.

A veces los abues, como todos los seres humanos, necesitamos un poco de apapacho y ese consiste en escuchar con atención, hacer preguntas de vez en cuanto, reír de los chistes de otros, simplemente estar presentes en una interacción tan frágil como las gotitas de lluvia, que a lo mejor no llenan las presas, pero nos encanta sentirlas.  

Cuando estaba en preparatoria debíamos hacer 400 horas de servicio social, la verdad no estoy segura de cuantas horas eran, pero eran muchísimas y a los catorce años suenan exageradas; el caso es que nos ofrecían ir a pintar paredes los domingos para cumplir con el requisito. No lo hice. No fui a pintar paredes porque eso significaba que no vería a mis abuelos, el domingo iba a comer con ellos. Hice mis 400 horas en un asilo de ancianos, todos los viernes durante mis dos años de preparatoria. Me encantaba ir con las abuelitas, era un asilo exclusivo de mujeres. Me divertía mucho acompañarlas, escucharlas con atención, aunque me contaran la misma historia viernes a viernes. Les cantábamos las canciones de moda y a veces hasta bailábamos. Solo les hacíamos compañía durante un rato. Tengo que confesar que tenía mis abuelitas favoritas.  Con ellas aprendí de la enfermedad y la muerte. Ellas me dieron consejos para el matrimonio y también nos contaban con gran picardía sus travesuras de juventud.

En mis talleres siempre recibo con especial cariño a los abues que quieren dejar un legado, escribir sus historias de vida, dejar en papel los cuentos que les contaban sus padres o los que ellos inventan para sus nietos.  Así conocí al Sr. Ernesto. Llegaba a clase vestido con un traje impecable y a medida, con un portafolio bajo el brazo y una elegante pluma. Traía impresos y estudiados los materiales de clase y cada uno de sus textos era especial. Cuando le tocaba su turno el salón guardaba ese silencio que hacemos cuando sabemos que viene algo importante, lo notaba los ojos de los compañeros expectantes entre el orgullo y la admiración. Cada línea era una reflexión de vida, una lección para el grupo.   

Ernesto, te vamos a extrañar.  Buen viaje, ¡las letras nos volverán a encontrar!

Quizás este texto no es tan literario, quizás tampoco tiene un objetivo didáctico como el resto de los retos. He tardado más de dos semanas en poderle poner un orden y he tratado de escribirlo más de cuatro veces, pero siento que así tan enredado y poco prolijo refleja como se siente crecer y cómo necesitamos coraje para convertirnos en esos pequeños actos de amor en la historia de alguien más.

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Gabriela
Gabriela
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8 meses antes

Pequeños actos de amor en la vida de los demás. Me quedo con eso.

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