¡Feliz jueves de escribir juntos! Es el último jueves de agosto y te propongo uno de mis ejercicios favoritos, se llama La casa que habla. El reto consiste en dar voz a un objeto inanimado y permitir que nos cuente una historia, en este caso mi casa de infancia. Todos tenemos algún objeto que nos acompaña por años o quizás es un lugar en el que crecimos contiene nuestros secretos y risas, es tiempo de escuchar la historia que tiene que decir.
Te comparto mi ejercicio.
La casa que habla
Recuerdo el día que llegaste a mí. Traías un vestido azul rey. Tu mamá orgullosa entraba contigo con paso delicado, como si se tratará de una ceremonia de coronación y así era. Tu piel era de un color rosa subido, un rosa casi mexicano que contrastaba con tu abundante cabello negro. Tu papá repetía que estabas en casa. Se jactaba de que llegó justo a tiempo de un viaje relámpago a la Ciudad de México, decía con el pecho erguido que lo habías esperado. Estábamos al fin juntos.
Entraste con llantos y risas. ¡Vaya que te gustaba llorar!, a veces era desesperante, otras tantas era un arrullo que me cimbraba. Te gustaba encogerte en la cuna y mirarme. Levantabas tus bracitos con movimientos hipnóticos. Te reías, te enojabas, me hablabas en lenguas muertas o en cantos gitanos. Ahí estábamos tú y yo frente a frente. Escucho todavía los gritos eufóricos que terminaban en una explosión de leche. Tan pequeña y con esta rabia por la vida que decorabas mi cielo con pequeñas luciérnagas sabor soya.
Tu mamá sembró un árbol de durazno en el jardín de la entrada. Cómo te gustaba bailar descalza bajo las ramas vestidas de rosas. El lugar favorito de tus padres para las fotografías de rigor. Para ti todos los cuartos tenían nombre de color. La sala era roja. La cocina era amarilla. El enorme jardín era verde al igual que el cuarto de los libros, tu favorito.
Las tardes las pasabas jugando en el jardín buscando chapulines y arrancando zacate para hacerte coronas para el cabello. La llegada de tu hermano significó para ti, el sueño de tu propio bebote cachetón y pelón con el que podrías jugar. Crecieron como cómplices de juegos y con un par de secretos compartidos. Bastaban las miradas para soltar las carcajadas o para guardar silencio.
Cuando entraste a la escuela llegabas corriendo a tu escritorio improvisado, en donde colocaste cuadernos de pintar, lápices y tus crayolas fosforecentes. Adorabas esas cosas chillantes. Me llenaste de ellas. Pisos, muros y detrás de los muebles, cualquier espacio era bueno para rayar, dibujar, escribir. Un buen día tu madre tuvo una idea genial. Te regaló una parte de mí. Nuestro propio escondite a la vista de todos. Una de mis paredes seria tu hoja en blanco. Y así empezó tu viaje a la escritura.
Crecimos juntos. Tú dejabas de ser una niña y yo me convertía en una casa madura que requería arreglos, mantenimiento, capas y capas de pintura. Creciste y ocupaste más espacio en la casa, no te bastaba mi pared, descubriste los diarios y los libros. Fui testigo de los berrinches adolescentes, de las primeras decepciones, de las serenatas, de los pasteles horneados, de los amigos y las fiestas.
Hoy exhibo con gusto tu vestido de novia. Vi tu cuarto llenarse con tu hijo recién nacido y con él, recordé tu olor de bebé. Tus hijos han disfrutado el jardín que tanto te gustaba.
Es marzo 2020. Es domingo y llegaste temprano. Reímos, te apoyaste en mí al bajar la escalera. Me viste a detalle al dar la vuelta en el coche. Pasaste por la calle de enfrente para despedirte. Los niños gritaron la despedida.
Ese domingo comenzó la pandemia.
TIP: Este texto lo escribí desde el 2020 y es uno de los ejercicios favoritos de mis talleres de escritura creativa. Sí, todos los ejercicios que les pongo yo ya los hice =)
El tema permite una conexión con el objeto o el lugar seleccionado el autor y expresa melancolía y nostalgia pero también ese ánimo de añoranza y recordar con el corazón.