Escribir es mucho más que el acto de tomar papel y pluma, o escribir en el ordenador o en las notas del celular. Escribimos todo el tiempo, vamos construyendo nuestra historia de vida; pequeñas decisiones que se van encadenando, palabras que se van tornando anécdotas de nuestra historia personal. ¡Parece que ando muy reflexiva hoy! Y cómo no, si ayer regresé a mi escuelita de preparatoria. ¿Quieres saber cómo me fue? Pues no te pierdas mi ejercicio de esta semana, el cual también lo lanzo para ti… te propongo que esta semana recuerdes cómo se sentía el patio de tu escuela, los pasillos de la universidad o aquel lugar que extrañes de tus años de escuela.
Te comparto mi ejercicio
Patio
Ayer hice un viaje alucinante a la memoria y a mi adolescencia. Recordar tu primer y último día de la prepa. Visitar tu antiguo salón de clase que hoy estrena ventanas y número. ¡Cuánta nostalgia encierra un patio escolar con su techo de nubes! Jardineras como viejos testigos de besos robados, de corazones rotos y balonazos que estrellan vidrios. El patio en su silencio es un guardián dormido con su pijama de líneas y astas que custodian miradas y sueños.
El tiempo es una espiral con líneas de arena húmeda; se disuelve y te llena las manos, de recuerdos y anhelos que son imposibles quitártelos del todo. Recorrer el pasillo principal me hizo recordar que, fue justo en mi primer semestre cuando alguien leyó, en voz alta uno de mis textos.
Todo es igual y a la vez diferente. Yo soy diferente, pero tal vez igual a esa tímida niña de 15 años que tenía miedo de descubrirse y saberse diferente al resto. Ahí estaban las incansables mesas de ping pong, la cancha de fut como siempre en reparación; la capilla estaba en otro lugar y se veía preciosa, aunque solo pude asomarme por fuera. Recorrí de nuevo el túnel para llegar al gimnasio, donde hoy se exhiben muchísimos trofeos. De pronto se apagaron las luces y se encendió la música. De pronto se apagaron las luces y se encendió la música. Esa oscuridad que se comparte y se desea. Esa falta de luz que une. La pista se llenó de gritos, de movimientos graciosos, de complicidad. Al verlos me vi. Sentí su ilusión, las ganas de divertirse, el instante mágico donde solo existes con tus amigos y la música, donde lo único que importa es que no toque el timbre, que pongan tu canción favorita, que simplemente te sientas tú.
En mi primer día de prepa me recibieron los chicos de la generación de arriba con un clavel rojo, que debo confesar con el mayor orgullo por la cursilería guardé en un enorme diccionario que tengo en casa. Treinta años después regresé, pero esta vez no me dieron flores, yo llevé a la mía, que es más alta que yo, que es más intrépida y divertida de lo que yo seré.
—Mamá, ¿quieres llorar?