La angustia llegó con una llamada y un par de palabras.
—Regresa quiero hablar contigo
Un mundo que se rompe en mis manos. Los recuerdos me abruman, el corazón se detiene…y el miedo, ese miedo que vive dentro como un caracol, se arrastra y me lleva consigo.
Ayer me visitó la angustia. Esa sombra traslúcida y a veces transparente; invisible para los otros, oscura para su dueño. Me convierto en un huracán de pensamientos y emociones. Giro. La angustia te lleva a pensar que la paz es solo un instante, una rasgadura interna, un punto de fuga.
El desasosiego que siento relampaguea la piel y el tiempo. Todo pasa despacio y se transforma en un bucle, un desdoblamiento, el presente se convierte en capas mezcladas de la memoria y la imaginación. Ninguna es cierta y mi mente no está lista para darse cuenta. Esa angustia es un remolino, una coladera que ahonda y saca mis miedos e inseguridades, que proyecta películas viejas, que escribe historias sin futuro.
Me transformo en un mar de versos desbordado. Amputada mí. Me observa. La angustia me enfrenta con la soberbia de quién se siente superior. Me pongo la mano en el pecho para sentir mis latidos y pedirle a mi ángel que me acompañe. Me escucha.
Ella llega, me explica que todo está bien. Estoy bien. Sin darme cuenta llego al carro, lo enciendo, empiezo a conducir. El semáforo marca un alto y la cascada se abre mientras aprieto el volante, un chico migrante me observa, hablamos el lenguaje del silencio, voltea al hospital y entiende de donde vengo, junta sus manos y se aleja. Me regala un poco de compasión, la misma que me niego desde esa llamada hace 45 minutos.
Lloro por mí, porque descubro que el miedo jugó conmigo.
Llego a casa y no hay nadie. Empiezo a escribir, tengo que distraerme. Entra un mensaje, mi amiga, mi confidente, escribe algo que no recuerdo, lanzó un disparo en un globo de texto. Sus palabras nombran como me siento: vulnerable. De mi colección de datos que a nadie le importan recuerdo que vulnerable viene del latín vulnus, herida.
La angustia me hiere.
Maggie me contiene.
Sus palabras construyen un abrazo a distancia. Un puente entre la calma y la compasión que necesito. Su presencia serena y su compañía son luz y disipan la sombra de la angustia.
Respiro.
Inhalo amor divino. Exhalo tensión.
Lo repito tres veces.
Mi latido está normal, solo tengo un poco de sal en los dedos.
Para Maggie, con mi corazón.
Gracias por compartir.