Vicente Aleixandre

por | Ago 6, 2022

Vicente Aleixandre (1898-1984 Madrid). Pertenece a la Generación del 27. Es considerado el principal poeta surrealista español. Su obra está marcada por la metáfora y sus experiencias personales. Recibió el premio Nobel de Literatura en 1977. 

Después del amor

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,

como el silencio que queda después del amor,

yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo

hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.

Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir

retraído.

Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace

un instante, en desorden, como lumbre cantaba.

El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su

forma continua,

para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de

la llama,

convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites

se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios,

delicadamente desnudos,

se sabe que la amada persiste en su vida.

Momentánea destrucción el amor, combustión que

amenaza

al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,

sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas

la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la

vida,

la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad

nos llamaba.

He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,

opulento de su sangre serena, dorado reluce.

He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado

pie,

y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,

la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa

nacido,

y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro

amor, que allí lúcido vela.

En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla

caldea sin celo,

está la boca fina, rasgada, pura en las luces.

Oh temerosa llave del recinto del fuego.

Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,

mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.


Se querían

Se querían.

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,

labios saliendo de la noche dura,

labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?

Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,

a esa amorosa gema del amarillo nuevo,

cuando los rostros giran melancólicamente,

giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos

laten bajo la tierra y los valles se estiran

como lomos arcaicos que se sienten repasados:

caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,

entre las duras piedras cerradas de la noche,

duras como los cuerpos helados por las horas,

duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,

ondas que por los pies acarician los muslos,

cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…

se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,

mar altísimo y joven, intimidad extensa,

soledad de lo vivo, horizontes remotos

ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,

como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,

dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,

donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,

ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,

mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,

metal, música, labio, silencio, vegetal,

mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.


Mano entregada

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia…

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce, que sí empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta,

invisiblemente entreabierta,

por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;

por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,

para rodar por ellas en tu escondida sangre,

como otra sangre que sonara oscura,

que dulcemente oscura te besara

por dentro, recorriendo despacio como sonido puro

ese cuerpo que resuena mío, mío poblado de mis

voces profundas

¡oh resonado cuerpo de mi amor!, ¡oh poseído cuerpo!,

¡oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole!

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa

mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,

mientras tu carne entera llega un instante lúcido

en que total flamea, por virtud de ese lento contacto

de tu mano,

de tu porosa mano suavísima que gime,

tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.


Unidad en ella

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,

rostro amado donde contemplo el mundo, 

donde graciosos pájaros se copian fugitivos,

volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,

brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,

cráter que me convoca con su música íntima, 

con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,

porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera

no es mío, sino el caliente aliento

que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,

enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,

deja que mire el hondo clamor de tus entrañas

donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, 

quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente

que regando encerrada bellos miembros extremos

siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,

como un mar que voló hecho un espejo,

como el brillo de un ala,

es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,

un crepitar de la luz vengadora,

luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,

pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

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