Mi amorcito, mi bebé querido:
Son cerca de las cuatro de la madrugada y, a pesar de tener todo el cuerpo dolorido y reclamando reposo, he resuelto desistir definitivamente de dormir. Hace tres noches que me sucede, pero sin embargo la de hoy ha sido de las más horribles que he pasado en toda mi vida. Por suerte para ti, amorcito, no puedes ni imaginártelo. No ha sido solo la garganta, que me ha obligado estúpidamente a escupir cada dos minutos, la que me ha robado el sueño. Sino que, sin tener fiebre, deliraba, me sentía enloquecer, tenía ganas de gritar, de gemir en voz alta, de mil cosas disparatadas. Y todo ello no era solo por influencia directa del malestar que acompaña mi dolencia, sino porque estuve todo el día de ayer ocupado con cosas que he ido retrasando relativas a la llegada de mi familia, y además recibí, por medio de mi primo, que vino a verme a las siete y media, una serie de noticias desagradables, que no vale la pena contarte, pues, por fortuna, mi amor, no tienen nada que ver contigo.
Además, haber caído enfermo precisamente en este momento en que tengo tantas cosas urgentes que hacer, tantos asuntos que no puedo delegar en otras personas.
¿Entiendes, mi bebé adorado, cuál es el estado de ánimo en que he vivido estos días, sobre todo estos dos últimos días? Y no imaginas la disparatada añoranza, la añoranza constante que he tenido de ti. Cada vez más tu ausencia, aunque sea solo de un día para otro, me abate; ¡cuánto más debo padecer por no verte, mi amor, desde hace tres días!
Dime una cosa, amorcito: ¿por qué te muestras tan abatida y tan profundamente apesadumbrada en tu segunda carta, la que me enviaste ayer por medio de Osorio? Comprendo que tuvieses también saudade; pero revelabas un nerviosismo, una tristeza, un abatimiento tales que me dolió mucho leer tu carta y ver cómo sufrías. ¿Qué te sucede, amor, además de estar separados? ¿Hay algo aún que te inquiete? ¿Por qué hablas en un tono tan desesperado de mi amor, como dudando de él, cuando no tienes razón alguna para ello?
Estoy totalmente solo, por así decir; pues aquí la gente de la casa, que me han tratado realmente muy bien y que, en todo caso, son muy correctos, solo se limitan a traerme un caldo, leche o cualquier otro remedio durante el día; no me hacen, como era de esperar, compañía alguna. Y entonces a estas horas de la noche me parece que estoy en un desierto; que tengo sed y no tengo a nadie que me dé algo de beber; estoy medio loco por este aislamiento en que me encuentro y no tengo siquiera quien vele un poco por mí mientras intento conciliar el sueño.
Estoy aterido de frío, voy a tumbarme en la cama para fingir que reposo. No sé cuándo te mandaré esta carta o si añadiré algo más.
Ay, mi amor, mi bebé, mi muñequita, ¡quién te tuviese aquí! Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos de tu, siempre tuyo,
FERNANDO