Eduardo Casar

por | Ene 18, 2023

Escritor mexicano. (1952) Doctor en Letras por la Universidad Autónoma de México. Co-conductor del programa La dichosa palabra.

Te comparto algunos de sus maravillosos poemas.

Tu voz dentro de mis palabras

Por qué no te desnudas las manos.
Por qué no me atraviesas con la boca.
Dentro de estas paredes el mundo se completa,
muerde a la tierra el mar y el viento
le estremece la espalda, el arco donde el sol
hunde sus manos. Saliva extensa, intensa,
sudor, noche y planeta. Por qué no me separas
los dedos con tu boca, las piernas con la llamarada
flexible y negra de tu cabellera.
Viájame por la sal, aprieta mis raíces.
………No existiremos luego
y no existimos antes. Súbete en los colores
del día que va emergiendo. Abraza al bosque entero
y cúmplete en un vuelo desplegado. Combina el filo
entre la muelle densidad del agua.
Yedra tu corazón y que la vida estalle
y la respiración
sacuda su estructura y se desencadene.
Mira cómo me muevo entre tus brazos.
En tus manos desnudas, plenamente desnudas,
con la voz sin ropaje y el gemido
que tus labios retienen en mi boca.

Cierro mis ojos dentro de los tuyos.


Otros mares eternos

Yo te tocaba a ti.

Tú me tocabas.

Desde el principio

nos tocamos.

Como el agua del río

que se junta 

con el agua del mar

nuestra mirada

confundió sus corrientes,

las sales suspendidas,

y las temperaturas

se fueron acoplando.

Luego fueron las manos

y el centro de los cuerpos,

y tu respiración 

se acomodó en la mía.

Y entró como en un guante

mi lengua en tu lenguaje.

Al principio fue el agua

que resolvió sus peces,

que fue cavando puertos, 

socavando

paredes y montañas vestiduras,

que delineó el contorno

de sus playas comunes.

Después que todo pase,

quiero decir 

después que pase el tiempo

y nos rebase

y estemos en el fondo

de otros mares eternos,

quién podrá distinguir 

tu sombra de mi sombra,

qué red o qué cuchillo

separar nuestras aguas.

Yo te tocaba a ti.

Tú me tocabas.


Estamos ya por fin

Estamos ya, por fin, solos por fin. Solos los dos en una habitación que empieza a serlo; bajo la luz, inmóvil casi, de un foco con la forma de una llama invertida. Y la luz nos coloca en evidencia, nos resalta las nueve dimensiones que logramos sumando nuestras sombras. Aquí, sin la amenaza de ser interrumpidos, una mujer y un hombre completamente desnudos debajo de la ropa. Solos de cuerpo al fin entero, con la única vida que se nos dio latiendo entre la sangre, dividida entre dos, multiplicando su follaje y sus rutas. Nos miramos fija, mutuamente, ninguno más adelante o más atrás y la curiosidad duplica su espesura, pasa del uno al otro en equilibrio sobre la cuerda que tiende la mirada, repasa su tensión, comprueba las proporciones de su flexibilidad y su firmeza. Si todo entonces fuera como un dibujo habría que dibujarle cierta inclinación: comienzo a escucharte y son dos los que se inclinan. Tú me escuchas también y a mis palabras se ciñe la savia arboladura, la humedad y la hiedra de un atento vaivén, porque tú me escuchas lentamente, me levantas preguntas y te pliegas. En un despliegue atento, una sola avidez la que nos articula, un mullido muelleo nos confirma y sorprende. Escucharte. Escucharte completa. Entre los dedos tomas suavemente una fresca palabra ensalivada y pruebas el resorte de sus significados, su escapatoria cálida, sus precisos avisos. Yo te voy escuchando los flancos de las 32 frases más rotundas y plenas. Escucho la silueta y el peso de tus dudas enhiestas que se dejan vencer y se propagan y buscan cada vez más hondas certidumbres. En silencio el silencio va creciendo en el fondo del vientre su semilla —alud inverso de algodón silencio— y yo te escucho y tú y yo nos escuchamos donde los interlocutores se disuelven y la curiosidad, adolorida casi, se enarca y se fascina.

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