Jorge Luis Borges (1899-1986) Es uno de los autores más importantes de la literatura latinoamericana. Publicó poesÃa, cuento y ensayo.
EL SUR
Desde uno de tus patios haber mirado
Las antiguas estrellas,
Desde el banco de sombra haber mirado
Esas luces dispersas,
Que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
Ni a ordenar en constelaciones,
Haber sentido el cÃrculo del agua
En el secreto aljibe,
El olor del jazmÃn y la madreselva,
El silencio del pájaro dormido,
El arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema
EL DESPERTAR
Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
de deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡ah, si en esa mañana hubiera olvido!
EL AMENAZADO
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De
qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la
vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena
amistad, las galerÃas de la Biblioteca, las cosas comunes, los
hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar conmigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya que el hombre se levanta a
la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las
ventanas, pero la sombra no ha traÃdo la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oÃr tu voz, la espera
y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologÃas, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
YO
La calavera, el corazón secreto,
los caminos de sangre que no,
los túneles del sueño, ese Proteo,
las vÃsceras, la nuca, el esqueleto.
Soy esas cosas. IncreÃblemente
soy también la memoria de una espada
y la de un solitario sol poniente
que se dispersa en oro, en sombra, en nada.
Soy el que ve las proas desde el puerto;
soy los contados libros, los contados
grabados por el tiempo fatigados;
soy el que envidia a los que ya se han muerto.
Más raro es ser el hombre que entrelaza
palabras en un cuarto de una casa.
EL SUICIDA
No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras,
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Llego la nada a nadie.
EL ENAMORADO
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la lÃnea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.
Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.
Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.
Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.
EL ESPEJO
Yo, de niño, temÃa que el espejo
me mostrara otra cara o una ciega
máscara impersonal que ocultarÃa
algo sin duda atroz. Temà asimismo
que el silencio tiempo del espejo
se desviara del curso cotidiano
de las horas del hombre y hospedara
en su vago confÃn imaginario
seres y formas y colores nuevos.
(A nadie se lo dije; el niño es tÃmido.)
Yo temo ahora que el espejo encierre
el verdadero rostro de mi alma,
lastimada de sombras y de culpas,
el que Dios ve y acaso los hombres.