La vida de Agota Kristof es compleja y alucinante. Su identidad personal y literaria está rasgada por la formación del mundo contempóraneo. Nació en Hungría en 1935 y afirma que lo difícil no fue vivir la guerra, sino sobrevivir lo que vino después, la desolación, la pérdida de su país, la imposición de una nueva bandera y geografía, el hambre constante y las desapariciones. Kristof sobrevivió una vida que le fue arrebatada. A los 21 años huyó rumbó a Suiza con un esposo y una bebé de apenas cuatro meses. Cruzó la frontera de forma ilegal; conocía los riesgos, pero quedarse era aún peor. Llegó a Suiza en su calidad de refugiada, tatuaje que quedó impregnado en su escritura, en su forma de ver la vida, en el sueño interrumpido de libertad.
Sin hablar francés comenzó un trabajo rutinario y metódico en una fábrica de relojes. Lo odiaba. Kristof aprovechaba el anodino golpeteo de la máquina para crear en su cabeza poemas e historias que escribía por las noches. Los días en la fábrica transcurren en silencio, la gente no habla, flota, coexiste. Finalmente se anima a aprender francés y aquí su primera ruptura; el francés se convierte en un impostor frente a su lengua materna, el húngaro. Para Kristof el idioma fue un corsét, una imposición más. No abandono nunca su diccionario húngaro-francés; las palabras nunca le fueron suficientes para componer su galaxia interior. Pese a todo, el francés le abrió nuevos espacios para su obra. Comenzó escribiendo obras de teatro y poesías breves. Su primera novela El gran cuaderno, fue publicada en francés logrando una recepción magnífica y buenas críticas.
Su obra literaria está traspasada por la memoria, la identidad resquebrajada, una sensación de angustia constante y una desesperada busqueda de amor. Sus personajes, hombres y mujeres que muestran sus heridas, sus obsesiones y sus miedos, como Claus y Lucas de la trilogía de los gemelos, una de mis novelas favoritas.
La historia de su país, su condición de migrante, las luchas sociales, la época de posguerra, el frío y la indiferencia son detonantes en la obra de Agota Kristof. Sus novelas mezclan sus recuerdos de juventud con la ficción, la necesidad de inventarse un mundo alterno para sobrevivir, para ser ella misma a través del papel.
La Analfabeta es su obra más autobiográfica. Una obra breve divivida en once capítulos, donde la autora narra sus momentos más significativos con una prosa deliciosa y auténtica, sin cursilerías ni adornos absurdos nos lleva al mundo interior de una mujer migrante que desconoce el francés y sé reconoce como una analfabeta. ¿Cómo encajar de nuevo en el mundo, si las palabras y el idioma que conoce, están diluyendo su significado?
La Analfabeta es un libro de cabecera.
En Ayer, Kristof nos convierte en los cómplices de Sandor, un hombre que se inventa a sí mismo, un parricida, un hombre silente que busca y se inventa a la mujer de su vida, con un pasado cargado de habladurías y un linaje corrosivo y brutal.
Agota Kristof se escribe en húngaro. Quiere ser inalcanzable, pero al mismo tiempo hay una rabia, un deseo de venganza por la vida que no fue, por escribir en un lenguaje que le es ajeno. Es un relámpago que no quiere olvidar su identidad aunque llegue el trueno.
En una entrevista declaró: Siempre quise ser escritora.
«Para mí la escritura es demasiado importante como para hacer algo que no me guste»
Conoce el perfil de otras brillantes escritoras