Ojalá exista otra vida, y en esa, me llame Almudena
El amor y la inmortalidad caben en un verso de Luis GarcÃa Montero:Â Â
“No por todo lo que la muerte me prometa, sino por todo aquello que no podrá quitarmeâ€. Â
La muerte no puede quitarnos la poesÃa.
Luis GarcÃa Montero (Granada, 1958) poeta y ensayista, una de las voces más activas y ricas de España. Entre su obra hay diversos libros de ensayo, más de once poemarios y columnas de opinión. Almudena es la recopilación de los poemas amorosos a su esposa, la escritora Almudena Grandes, donde su apellido corona su talento.
La poesÃa de GarcÃa Montero parte de lo cotidiano, del pensamiento recurrente, de aquello que nos aqueja como mortales en un mundo al que no comprendemos; GarcÃa Montero prepara un hechizo. Transforma el lenguaje en una atmósfera, un universo paralelo que vive dentro del lector, donde sus versos funcionan como llaves para acceder a esos mundos internos.
Almudena inicia con La inmortalidad según ella. La respuesta de Almudena Grandes al poema Inmortalidad de GarcÃa Montero. Grandes, toma algunos versos y en su más estilo poético nos regala un verso aún más delicado y feroz, femenino, inevitable. Que refleja una complicidad más allá de la vida compartida; versos que parten del imaginario del otro y asà dan vida a un nuevo poema juntos. La inmortalidad según ella, es un destino.
La inmortalidad, según ella
Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles de las miradas insistentes.
Y de pronto, se enamoró de un poeta como nunca se habÃa enamorado de alguien.
El mar tuvo labios de arena igual que las palabras dichas en un rincón
Fue al borde del mar, pero podrÃa haber sido en el corazón descarnado del desierto más vasto, en la asfixiante atmósfera de una jungla inexplorada, en el más remoto de los planetas inertes, porque a su alrededor no existÃa nada, y nada habÃa existido nunca, y nada llegarÃa a existir jamás.
El viento abrió sus manos y sus hoteles sus habitaciones
Primero se enamoró de él, su cuerpo del cuerpo de aquel hombre, su voz de aquella voz, su piel de la dulzura. Sólo después, mucho después, empezó a comprender que estaba predestinada a aquel amor, porque por amor habÃa entrado la poesÃa a su vida.
Almudena es un libro de evocaciones y sensualidad como en los versos de La Noche:
También con tu desnudo. Esta definitiva
perfección de la noche en tu desnudo
me confirma la frágil certeza del destino,
Pues toda la intención del universo
fue llamarnos aquÃ.
GarcÃa Montero tiene sus obsesiones, sus maletas de historias, los aviones custodiados por un beso, el recuerdo de Almudena cada vez que duerme y la inventa en sus sueños, cuando habita en su nombre y le deja escoger la ropa. La noche es su intimidad, la hoguera que enciende el poema y convierte al amor en un género literario que le da sentido a la literatura y la vida. El desnudo un motivo recurrente en el poemario, pero como afirma GarcÃa Montero da sentido al tiempo que escribe.
El autor parte del amor, el sentirse y saberse amado en su verso: saber que alguien me espera da sentido a la luz, ayuda a defenderme de mà mismo/ igual que los poemas que me importan.
La inmortalidad
Nunca he tenido dioses
y tampoco sentà la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis dÃas.
Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacÃo.
Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
ParecÃa la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacÃo,
un resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces comprendà que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.
La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacÃa,
será firme mi voz.
No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.
Ojalá exista otra vida, y en esa, tenga un novio poeta.