Anne Sexton

por | Oct 4, 2022

(1928-1974) Dueña de una poesía profundamente íntima, anhelante.  Sus texto profundamente marcados por las heridas de su vida, oscilan entre la libertad y el delirio. En su obra los fantasmas se transforman en símbolos que van dejando huellas claras e inquietantes de lo que está por venir. Obtuvo el premio Pulitzer de poesía en 1967.

PALABRAS
Ten cuidado con las palabras,
incluso con aquellas milagrosas.
Para las milagrosas hacemos lo mejor posible,
a veces se enjambran como insectos
y dejan no una picadura sino un beso.
Pueden ser tan buenas como los dedos.
Pueden ser tan confiables como la roca
sobre la que apoyas tu trasero.
Pero también pueden ser tanto margaritas como moratones.
Aún así, estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas posadas en mi regazo.
Son los árboles, las piernas del verano,
y el sol, su apasionado rostro.
Aún así, me fallan a menudo.
Tengo tanto de lo que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Pero las palabras no son lo suficientemente buenas,
las equivocadas me besan.
A veces vuelo como un águila,
pero con las alas de un gorrión.
Pero intento tener cuidado
y de ser suave con ellas.
Las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado.
Una vez rotos,
son cosas imposibles de reparar.


El pecho

Ésta es la llave. 

Ésta es la llave maestra. 

Preciosamente. 

Estoy peor que los hijos del guardabosque, 

ganándome el pan y el polvo. 

Estoy aquí, tamborileando un perfume. 

Déjame descender a tu alfombra, 

a tu colchón de paja —lo que tengas a mano, 

pues la niña en mi interior muere, muere. 

No es que sea ganado para comerse. 

No es que sea alguna calle. 

Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron. 

¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo 

cuando habitaba el valle de mis huesos, 

huesos mudos en el pantano. Juguetitos. 

Un xilófono con piel, tal vez, 

torpemente tensada sobre él. 

Sólo más tarde fue algo real. 

Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine. 

No daba la medida. Algo había 

entre mis hombros. Nunca suficiente. 

Claro, había una pradera, 

pero ningún joven que cantara la verdad. 

Nada que revelara la verdad. 

Ignorante de hombres yacía con mis hermanas 

y resurgiendo de las cenizas gritaba 

mi sexo será transfigurado. 

Ahora soy tu madre, tu hija, 

tu cosa nuevecita —un caracol, un nido. 

Estoy viva cuando tus dedos viven. 

Uso seda —cubierta para descubrir— 

pues en seda es en lo que quiero que pienses. 

Pero me estorba la tela. Es tan tiesa. 

Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista 

pues aquí está el ojo, la joya está aquí, 

aquí está el goce que el pezón aprende. 

No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me 

enloquece. 

Estoy loca como las jóvenes lo están, 

con una ofrenda, una ofrenda… 

Y me quemo como se quema el dinero.

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