Luis Rosales

por | Feb 21, 2023

Poeta y ensayista español. (1901-1992) Miembro de la generación del 36. Recibió el Premio Cervantes a la Poesía en 1982.

Aquí algunos de sus poemas.

Un puñado de pájaros

Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un

rostro diferente, 

vive el amor su identidad

en dos amantes que descansan cada cual en el otro, 

distendiéndose,

y es esta distensión lo que les une

lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un

entorno de luz. 

Vivir o no vivir, este es el juego, 

pues naces cuando amas

y el amor sólo dura mientras sigues naciendo. 

Mas no siempre la vida llega a tiempo y hoy me siento plural

y desasido,

hoy me encuentro en el aire y en modo alguno quisiera

detener esta caída 

en la que toco la verdad como a veces tocamos nuestro

cuerpo para certificar que no estamos soñando. 

¿Cuándo voy a aprender lo que he vivido? 

por ejemplo:

la luz resbaladiza que en algunos lugares reverbera en tu 

piel, 

el cuerpo y su inmediato despertar,

la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo,

los ojos hilvanados

y esa anhelante sobreprestación

en que el hombre descubre su propia oscuridad,

su sangre deseante,

y ese calor de oveja llenándote la mano.

Ahora bien, el milagro no es todo y el silencio de dos 

nunca se junta; 

la luz llega a la tierra después de su caída; 

los besos no se pueden recuperar;

cuando el amor se acaba sólo deja un puñado de pájaros. 

Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja: 

éste es el precio de vivir,

y el corazón se quema en esa distensión en que el amor nos 

hace traspasar nuestra frontera de crecimiento 

y ya no puedes sostenerte en los pies rotos. 

Quizás estas palabras son una invitación para el naufragio, 

sin embargo es preciso aceptar 

que en amor quien elige se equivoca.

Más tarde o más temprano la vida se produce de una manera 

negociada igual que un cargareme, 

y la elección tiene la culpa por su carácter ganancial, 

por su carácter legitimado y contencioso; 

la elección es la culpa preventiva que convierte las noches 

en arena,

mientras en nuestro corazón crece el desierto como queda 

en la tierra un sobre blanco. 

Vivir o no vivir, este es el juego.

Sólo cuando la vida misma decide por nosotros puede llegar 

a ser imprescindible, 

comprenderás, amiga mía, que esto sucede raras veces: 

es como ver palidecer a un muerto. 

Lo que suele venir es el cansancio, 

la vida y su desagüe en el ahorro,

y ese arrepentimiento primordial de saber que lo vivo era 

lo otro, 

cuando ya está perdido.

20 de agosto de 1977

(De Diario de una resurrección, 1979)


La ola inmóvil

Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de 

la saliva

y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años.

Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies

y la sangre gotea sobre la alfombra

ya que no basta ver lo que se ve, es necesario adivinarlo.

Lo que se ve es un cuerpo en la penumbra,

n cuerpo que en la noche de amor tiene la plenitud de una 

ola inmóvil, 

que está siempre en su altura de dominio. 

¿Nunca has pensado, amiga mía, que el cuerpo al

desnudarse está más junto? 

y luego,

en el momento en que lo miras,

cobra su exactitud porque el mirar lo va configurando. 

Todo consiste en la transmigración, 

y hoy al verte he sabido

que el tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre,

y a veces puede aterrorizarnos

con su temblor de miel

lenta y originaria y envolvente.

El tacto es como el mar

y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se mueve 

sino hacia adentro, 

desnaciéndose,

ya que la carne tiembla porque mira y al entregarse está 

mirándonos.

Hay zonas de tu cuerpo que en la sombra relumbran 

y tienen un calor reberberante

y un temblor desciñéndose que es la memoria de su origen,

y ya sabes que a veces

el cuerpo participa de la luz

pues el que toca lo cierto muere,

y noche adentro sientes que la profundidad del mar se hace

inmediata 

con el roce más leve 

pues lo profundo aterra: es desnacer, 

y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada

ascendiendo de la sombra a la luz, 

y nunca acaba su ascensión, 

su encendimiento gradual, 

y el pulso empieza en las estrellas,

y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar 

sólo queda una ola, 

sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo, 

sabiendo

que no puede romper sino acabándose.

17 de agosto de 1976

(De Diario de una resurrección, 1979)

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