María Baranda

por | Feb 19, 2024

María Baranda

(Ciudad de México, 1962)

Poeta, narradora y traductora mexicana.  Parte de su obra está enfocada a promover la literatura y poesía en los más pequeños. Sus poemas están llenos de musicalidad e imágenes que transitan entre la infancia y el recuerdo. Es ganadora del Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 1995 y del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2003.

Aquí algunos de sus poemas.

 El roba nombres

¿Alguna vez se fue tu nombre

como un balón rodando por la calle?

¿Alguna vez alguien te dijo “Ey, tú”

y viste sus ojos de pez de aire?

¿Alguna vez en el salón de clase

no supieron nombrarte y te quedaste

como un pájaro mudo?

Era el fantasma roba nombres

que espera siempre

en cada esquina,

en cualquier puerto

o bajo un árbol,

está ahí parado

con el silencio en sus ojos

escuchando, escuchando

que alguien pronuncie

lo que él puede llevarse: tu nombre.


Ficticia

I

Todo comienza con la luna y un cielo desolado,

un lugar de débiles palabras para abrir

la prosa nativa de los sueños. Rústicos,

frescos álamos, laureles de la India

se alzan ansiosos en esta isla de la memoria.

Allí van los hombres que arribaron al puerto

cuando la palabra ardía como un suburbio

de la verdad, un punto sobre la página

que hacía la tierra. Vienen demasiado aprisa.

Han perdido la luz y ahora abren un cuajo de mar

donde restalla el tiempo.

Quieren bordar sus nombres, urdir las trampas

en las lentas espirales de la espuma.

Dicen un verso en un país de exilio

como una clara red sobre los mares infinitos.

Hay sangre entre las piedras.

Tú los escuchas. Aguardas su silencio.

Sabes que son una época.

¿Quién los defiende de ellos mismos?

¿Quién soporta su carga de eternidad,

su primer noche de viento?

Han quedado para siempre en los libros.

Sílabas de gratitud, oraciones donde titilan

los desperdicios de su siglo.

Son una rebanada de luz en el atlas del tiempo.

Ruegas por ellos.

Abres un coco y te lo bebes.

Suenan campanas donde las aves silban,

donde  los peces palpitan con la paz

de un corazón a solas.

Fluye de nuevo el sueño bajo tu choza de palma.

¿Quién te deleita? ¿Quién dice por ti tantos rezos?

Imaginas un punto como el sortilegio de tu grito.

Dices que la primavera aguarda

en cada cuenca de tu propio desbordamiento.

Y en tu sonrisa. Sabes que todo es un error.

Una pequeña parte donde te disuelves

en la naturaleza. Resistes al temor

con una ternura secreta.

Hay un niño en tu cama. Guarda silencio.

II

Crees que afuera hay colinas de hielo.

Sueñas con el aire acondicionado del Hilton,

con la apariencia fugaz de un platillo de lujo

que alguien lleva a tu habitación mientras tú

escuchas al mar en la coladera.

A nadie necesitas.

Prefieres caminar por tu avenida

de rascacielos y palmeras.

Flota en el aire el sonido

de un trasmisor descompuesto.

Es un cangrejo.

En ese lado de la costa esperas ver mujeres

que vayan hacia a ti

en un momento de calma o de marea.

Escuchas el bullicio de muelles invisibles.

La carne de los marinos que se desprende cual corteza.

Alguien limpia por ti un poco de sudor en tu mejilla.

Un halo de voces inunda a las criaturas secretas.

Ya no quieres oírlas.

Son las argucias de tu corazón,

las líneas de tus manos

que imploran un poco de verdad a secas.

Resistes el anhelo de ser uno a uno con el tiempo.

Sabes que ha de llover un poco de justicia

en tu barrio de arena.

La plenitud es una campánula abierta

a los oficios del insecto,

el abrevadero de la verdad y la clemencia

donde nadie puede negar

el desperdicio de una vida que se agota.

Piedad, dices, piedad por la imprudencia.

Y te deleitas.

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