A mi corazón el domingo
Gracias te doy, corazón mÃo,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sÃstoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mÃo,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mÃo,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
dÃa de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un dÃa laboral.
(Wislawa Szymborska, de Mil alegrÃas -Un encanto-, 1967
Comunión
Linda Regia! Tus venas son fermentos
de mi no ser antiguo y del champaña
negro de mi vivir!Â
tu cabello es la ignota raicilla
del árbol de mi vid.
tu cabello es la hilacha de una mitra
de ensueño que perdÃ!Â
Tu cuerpo es la espumante escaramuza
de un rosado Jordán;
y ondea, como un látigo beatÃfico
que humillara a la vÃbora del mal!Â
Tus brazos dan la sed de lo infinito,
con sus castas hespérides de luz,
cual dos blancos caminos redentores,
dos arranques murientes de una cruz.
Y están plasmados en la sangre invicta
de mi imposible azul!Â
Tus pies son dos heráldicas alondras
que eternamente llegan de mi ayer!
Linda Regia! Tus pies son las dos lágrimas
que al bajar del EspÃritu ahogué,
un Domingo de Ramos que entré al Mundo,
ya lejos para siempre de Belén!
César Vallejo
Un domingo sin ti, de ti perdido
Un domingo sin ti, de ti perdido,
es como un túnel de paredes grises
donde voy alumbrado por tu nombre;
es una noche clara sin saberlo
o un lunes disfrazado de domingo;
es como un dÃa azul sin tu permiso.
Llueve en este poema; tu lo sientes
con tu alma vecina del cristal;
llueve tu ausencia como un agua triste
y azul sobre mi frente desterrada.
He comprendido cómo una palabra
pequeña, igual a un alfiler de luna
o un leve corazón de mariposa,
alzar puede murallas infinitas,
matar una mañana de repente,
evaporar azules y jardines,
tronchar un dÃa como si fuera un lirio,
volver granos de sal a los luceros.
He comprendido cómo una palabra
de la materia azul de las espadas
y con aguda vocación de espina,
puede estar en la luz como una herida
que nos duele en el centro de la vida.
Llueve en este poema, y el domingo
gira como un lejano carrusel;
tan cerca estás de mi que no te veo,
hecha de mis palabras y mi sueño.
Yo pienso en ti detrás de la distancia,
con tu voz que me inventa los domingos
y la sonrisa como un vago pétalo
cayendo de tu rostro sobre mi alma.
Con su hoja volando hacia la noche,
rayado de llovizna y desencanto,
este domingo sin tu visto bueno
llega como una carta equivocada.
La tarde, niña, tiene esa tristeza
del aire donde hubo antes una rosa;
yo estoy aquà rodeado de tu ausencia
hecho de amor y solo como un hombre.
Eduardo Carranza