Rainer Maria Rilke tenÃa una pasión por el arte y la escritura. Nació en Praga en 1875, cuando formaba parte del imperio Austro-húngaro. Sus problemas de salud lo orillaron a dejar la escuela militar y dedicarse de lleno a la literatura. Su poesÃa es total y nos brinda un panorama sobre los temas que le preocupan: Dios, el amor y la muerte.
Te compartimos un par de poemas.
¿Cómo sujetar mi alma para que no roce la tuya?
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
DÃa de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos dÃas más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Tú eres el ave cuyas alas vi…
Tú eres el ave cuyas alas vi
al despertar llamando en plena noche,
sólo con mi braceo, pues tu nombre
es un abismo de mil noches de hondo.
Tú eras la sombra en que dormÃa en calma,
todo sueño levanta en mi tu germen:
tú eras imagen, pero yo soy marco
que te completa en fúlgido relieve:
¿Cómo nombrarte? Mira arder mis labios.
Tú eres principio que se vierte inmenso:
yo soy el lento y temeroso «Amén»,
que, tÃmido, concluye tu belleza.
Del reposo a menudo me sacaste,
cuando me era el dormir como un sepulcro,
como perderse y escapar; entonces
me alzaste de las sombras de mi pecho
queriendo alzarme encima de las torres
como pendón bermejo o colgadura.
Tú que hablas del milagro como ciencia
y de los hombres como melodÃas
y de las rosas, de esos resultados
que se cumplen con fuego en tu mirada;
tú, feliz, ¿cuándo nombras una vez
al que en su dÃa séptimo y final
dejó siempre perdido su fulgor
en tu aleteo?
¿Mandas que pregunte?