Gabriela Mistral –poemas–

por | Mar 17, 2022

Gabriela Mistral, poeta, diplomática, maestra y pedagoga chilena. Es la primera mujer latinoamericana en recibir el premio Nobel de Literatura en 1945.

Te compartimos algunos de sus poemas

El amor que calla

Si yo te odiara, mi odio te daría 
en las palabras, rotundo y seguro; 
pero te amo y mi amor no se confía 
a este hablar de los hombres, tan oscuro.

Tú lo quisieras vuelto un alarido, 
y viene de tan hondo que ha deshecho 
su quemante raudal, desfallecido, 
antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!


Volverlo a ver

¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas 

de temblor de astros, ni en las alboradas

vírgenes, ni en las tardes inmoladas?

¿Al margen de ningún sendero pálido, 

que ciñe el campo, al margen de ninguna 

fontana trémula, blanca de luna?

¿Bajo las trenzaduras de la selva, 

donde llamándolo me ha anochecido, 

ni en la gruta que vuelve mi alarido?

¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde, 

en remansos de cielo o en vórtice hervidor, 

bajo una luna plácida o en un cárdeno horror!

¡Y ser con él todas las primaveras

y los inviernos, en un angustiado

nudo, en torno a su cuello ensangrentado!


Una palabra

Yo tengo una palabra en la garganta 

y no la suelto, y no me libro de ella 

aunque me empuje su empellón de sangre. 

Si la soltase, quema el pasto vivo, 

sangra al cordero, hace caer al pájaro.

Tengo que desprenderla de mi lengua, 

hallar un agujero de castores 

o sepultarla con cal y mortero 

porque no guarde como el alma el vuelo.

No quiero dar señales de que vivo 

mientras que por mi sangre vaya y venga 

y suba y baje por mi loco aliento. 

Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo, 

no quiero darle, no mi pobre boca 

porque no ruede y la hallen las mujeres 

que van al río, y se enrede a sus trenzas

o al pobre matorral tuerza y abrase.

Yo quiero echarle violentas semillas 

que en una noche la cubran y ahoguen, 

sin dejar de ella el cisco de una sílaba.

O rompérmela así como la víbora 

que por mitad se parte entre los dientes.

Y volver a mi casa, entrar, dormirme, 

cortada de ella, rebanada de ella, 

y despertar después de dos mil días 

recién nacida de sueño y olvido.

Sin saber ¡ay! que tuve una palabra

de yodo y piedra-alumbre entre los labios

ni poder acordarme de una noche,

de la morada en un país extranjero,

de la celada y el rayo a la puerta

y de mi carne marchando sin su alma!

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